Fujimori y la lección de la justicia peruana

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Tras conocerse la noticia de que Alberto Fujimori (presidente de Perú entre 1990 y 2000) había sido condenado a 25 años de cárcel, he recordado el verano de 1996 en Arequipa , al sur del país, donde participé en un proyecto de cooperación junto a un grupo encantador de extremeños y extremeñas.

Allí compartimos, aprendimos y admiramos al padre Pozo, un jesuita genovés que llevaba toda una vida en Perú trabajando por y para los más necesitados, niños y niñas que no tenían nada ni a nadie; recuerdo también las lágrimas de una monja de Badajoz maldiciendo a quien hoy ha sido condenado, acusándolo abiertamente de crímenes contra la humanidad y responsabilizándolo de las necesidades del país en general y de las darmáticas historias que habían tenido que vivir buena parte de aquellos niños procedentes de aldeas andinas, ya que la mayoría de ellos habían sido víctimas directas o indirectas o bien del terrorismo de Sendero Luminoso o bien de las tropelías del ejercito de Fujimori.

Al mismo tiempo, es un ejemplo ejemplarizador el dado por la justicia peruana, a la que no le ha temblado el pulso a la hora de dictar una sentencia por crímenes contra la humanidad, sin revanchismo , sin venganza, pero lo más importante, sin complejos.


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